miércoles, 2 de abril de 2014



Érase una vez un Faro... 

Capítulo 1

Érase una vez, en un país muy muy lejano, no hace mucho tiempo, había un Gobierno malvado, unas Tijeras gigantes, unos Ciudadanos pacientes, un Consejo de Sabios, un Sistema Sanitario Público y un Faro.

El país, se hallaba inmerso en el vórtice de una Oscura Maldición, una tormenta tenebrosa llamada "crisis económica", opaca, inmune e impermeable totalmente a cualquier atisbo de luz que intentase abrirse camino entre las espesas nubosidades.



El Gobierno malvado, pretendía acabar con la maldición, mas pretendía hacerlo a toda costa, pagando cualquier precio para lograr su cometido, incluso mediante el uso de las temibles Tijeras gigantes. Este artilugio cortante era usado asiduamente por el Gobierno malvado. Recortaba todos los flecos que él consideraba prescindibles; afortunadamente para el magno malévolo de aquel país, esas tijeras no tenían poder para cortar sus retribuciones.


Mientras tanto, los Ciudadanos pacientes, únicamente buscaban en el Sistema Sanitario Público la respuesta a sus necesidades en salud y el cumplimiento de sus expectativas a través de una organización centrada en el paciente.

 
No querían que el Sistema Sanitario tuviese en cuenta las demandas de los Ciudadanos, sino que empatizara con ellos y pensara como ellos.
Los Ciudadanos pacientes tenían necesidades de primera generación, ya que querían gozar de un adecuado trato, una fácil accesibilidad o una correcta información, pero además, empezaron a surgir de ellos necesidades de segunda generación, querían ser autónomos, participar en el proceso asistencial del cual se sentían lógicamente los protagonistas, una asistencia justa y equitativa y en definitiva, una mayor capacidad de decisión sobre su salud. Y sin que las organizaciones y sus profesionales hubiesen sabido como satisfacer las necesidades de los Ciudadanos pacientes, cayó como una losa la Oscura Maldición.


Dado que el Sistema Sanitario público estaba sujeto a fallos del estado y por tanto a una considerable rigidez, surgían a menudo organizaciones ineficientes,  segmentación de procesos, y se sucedían con frecuencia interferencias políticas y burocráticas. Esto afectaba en última instancia a la calidad de la asistencia sanitaria, intoxicada por una alta frecuentación, largas listas de espera, elevada carga asistencial de los profesionales, creciente presión asistencial, climas laborales tensos, mala comunicación entre pacientes y profesionales y por tanto baja satisfacción de los Ciudadanos pacientes y por supuesto una fosa llena con las necesidades en salud no cubiertas.

¡¡Entonces!! El Gobierno malvado decidió instaurar una solución que aportase algo de luz a aquel país cada vez más hundido en las tinieblas, mandó construir un Faro gigantesco, al que bautizó con el nombre de "externalización", pero que rápidamente fue rebautizado y apodado por el Consejo de Sabios con el apelativo realista de "privatización sanitaria".

El Faro se presentaba como un proyecto que acabaría con los problemas que suponía vivir en el seno de un Sistema Sanitario Público, dibujaba un lienzo rosa para los Ciudadanos pacientes, de cuento.

Y no sólo para ellos, con el Faro, el Gobierno podría invertir en sanidad pero sin disponer de fondos económicos suficientes y todo ello sin aumentar los impuestos ni la deuda pública, alcanzando una alta rentabilidad política. Además, se traduciría en una mejora en la calidad de la práctica asistencial de los profesionales, suponiendo que éstos, motivados por los incentivos, ejercerían mejor. Por no hablar de los beneficios para el Estado que significaría la transferencia de riesgos a la empresa contratada.


                                                    YUYI




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